Apunte viejo, con vida de ayer...
El otro día me levanté con mis dos pies izquierdos...
Así lo digo porque no toleré el sonido del despertador.
El pelo desaliñado y rebelde como los Sex Pistols,
tres kilos de gel apaciguarían esos gallos de pelea.
En pocas palabras... ese día parecía y pintaba mal para mí.
Un día gris y hueco como muchos otros que ya habían pasado por mí.
Hice mi rutina diaria; tan repetitiva como la vida de las manecillas del reloj.
En la noche, tenía que ir a un antro (léase Gaudi), y esa misma noche te conocí.
No fuiste una chica de esas que inundan las discotecas, de hecho, no te conocí en ese lugar,
vine a encontrarte en tu propia casa. El acontecimiento fue algo raro... pasó así:
Te vi y me agradaste a la primera, pero no dudé que serías bastante normal.
Esa noche casi no hablamos. Lo máximo que pudimos hacer fue decirnos nuestros nombres,
que obviamente olvidamos y ni pusimos atención, al mismo tiempo que algunas miradas
incapaces de hablar se cruzaban.
De manera extrínseca y por la inercia de haberte visto, esa noche empezó a tomar otro color.
Las estrellas brillaban igual que las demás noches, la diferencia es que antes de conocerte,
mis noches estaban cubiertas por una especie de neblina grisácea.
El viento llevó nuestros cuerpos a toparse, a más de 100 días de esa primera noche en la que me cautivaste.
Ese mismo viento, empujó la densa, pero densísima neblina que oscurecía mi vida, y terminó alejándola de mis ojos.
De alguna manera, me empecé a formar la idea y el interés de conocerte más allá de tu nombre. Empecé a buscarte debajo de la cama, pues así dice la rola. Con el roce de nuestras vidas, poco a poco te fui entediendo, a definirte, y hoy, aunque se dude, a amarte...
Eras algo irresistible, pero inalcanzable. Algo adicctiva, pero imposible. Hoy solo digo que valió la pena arriesgar mis sentimientos para conocer algo difuso en aquel timpo, pero que ahora se ha transformado en lo más claro y nítido de mi vida... Creo que es el amor en sus cinco sentidos y en todas sus facetas...
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